Hace unos días nuestro Ministerio de Educación inició la distribución masiva de 60 mil escritorios a escuelas del país. Las autoridades expresaron que estas acciones se realizan con ánimo de atender de “manera digna” a los alumnos y, sobre todo, velar por que tengan una mejor educación.
Sin duda es positivo que se estén entregando nuevos escritorios para reemplazar mobiliario en mal estado. Sin embargo, el gradualismo de las mejoras actuales no nos llevará a ningún lado. Llevamos décadas sin lograr un consenso que nos permita definir e implementar las soluciones de fondo que se requieren para lograr las mejoras a la escala y al ritmo necesarios. Tomemos el ejemplo de Noruega. Si bien esta nación invierte una significativa cantidad de recursos en educación (7.6 por ciento de su PIB), lo más relevante es la manera en que ha logrado sobresalir en las pruebas comparativas, como PISA (502 puntos en matemáticas y 513 puntos en lectura). En contraste, Costa Rica, quien también destaca por ser una nación que destina significativos recursos a su educación (7.4 por ciento del PIB, no muy lejos de lo que le destinan los noruegos), no logra despegar en las mismas evaluaciones internacionales. Ellos puntean por debajo del promedio regional (493), tanto en matemática (400) como en lectura (427). ¿Qué es entonces lo que diferencia al sistema noruego? La sostenibilidad de sus políticas educativas, gracias a los grandes acuerdos suscritos como sociedad.
Un reciente artículo de análisis de McKinsey hace una revisión del caso de Noruega para comprender el éxito de sus reformas. Desde hace muchos años, Noruega ha encabezado los listados de países con mejores sistemas educativos. Aun así, en el 2000 los noruegos expresaron su insatisfacción con sus resultados en las pruebas PISA. Estos eran satisfactorios pero no sobresalientes o excepcionales, considerando la inversión que se le destinaba a la educación. Este fue un punto decisivo para cambiar de estrategia e implementar una reforma educativa que sobrepasara los límites de su sistema vigente.
De esta manera, Noruega se propuso llevar a cabo un cambio de raíz. Para lograr las mejoras deseadas, ellos entendieron que sería necesario lograr grandes acuerdos sociales. Sin un modelo preestablecido de la solución, los noruegos diseñaron un proceso que les permitiera lograr consensos como sociedad, fundamentados en datos y evaluaciones. Por ello sus políticas son sostenibles en el tiempo, ya que se basan en amplios acuerdos sociales. Esto significa que, independientemente de quién esté a la cabeza del gobierno o si se es de izquierda o derecha, el plan educativo del país se respeta y se mantiene. Como resultado, diez años después, los estudiantes noruegos han mantenido una trayectoria ascendente en todas las evaluaciones
internacionales.
Noruega es prueba de la importancia de las reformas sostenibles en el tiempo pero, más relevante aún, de lo trascendental que son los acuerdos sociales en tal proceso de reforma. No se trata de invertir indiscriminadamente en educación, se trata de tener un plan consensuado que vele por el interés más importante, el de las futuras generaciones. De nada sirve destinar millones en equipamiento de las escuelas, si las políticas de fondo son obsoletas y no velan por una mejora continua en los alumnos. En palabras de Kristin Halvorsen, exministra de Educación de Noruega, se necesita pensar más allá que el solo mejorar en las pruebas internacionales. Ella asegura que es fundamental encontrar un balance entre “atender el estado emocional y mental de los alumnos y prepararlos para el futuro, asegurándose que no se deje ningún niño atrás”.
La experiencia de Noruega debe ser un ejemplo para todos nosotros. La gran lección es que, si queremos ver resultados de fondo, debemos generar ese diálogo que tanto necesitamos, ponernos de acuerdo y lograr consensos. Una voz determinante en esto (y que ha estado totalmente ausente) es la de nuestros niños y jóvenes. Ellos son los más interesados en que alcancemos una educación de calidad. Son sus derechos y su futuro los que están en juego. No se trata de arrancar con una solución predefinida o implementar cambios abruptos de la noche a la mañana. Se trata de formar parte de este proceso de diálogo que nos permita definir el camino a seguir. Sin ese diálogo, difícilmente alcanzaremos los acuerdos que nos lleven a tener una Guatemala mejor y más educada.
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