¡URGENTE!
En medio de la distracción postelectoral, uno de los problemas más graves del país es ignorado a pesar de constituir una tragedia colectiva.
Se trata del eventual fracaso de Guatemala en la lucha contra la desnutrición crónica infantil, que hoy afecta a cerca del 47% de niños menores de 5 años, y que en algunas zonas rurales y poblaciones indígenas supera el 70%. Tal problema debería alarmarnos como sociedad, pero para muchos es algo distante, ajeno, lejano.
La distracción que los resultados y el desempeño de las recientes elecciones generales generan es tan inmensa que nos roba la atención a una nueva advertencia sobre el retroceso y la pendiente misión nacional de atacar la problemática de la desnutrición crónica, cuyos efectos, si la situación sigue así, en términos de desarrollo humano, productividad y competitividad son devastadores.
Ya la Organización de Naciones Unidas (ONU) reiteró en las semanas recientes acerca del incumplimiento de las metas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), cuyo plazo estaba fijado para 2015 por parte de Guatemala. Al ritmo con que avanzan las escasas y atomizadas acciones de los últimos años para combatir la desnutrición se necesitarían hasta 90 años para reducirla por lo menos a la mitad.
Por si fuera poco, más recientemente una evaluación de Oxfam Guatemala señala que lejos de reducir la desnutrición crónica, entre 2016 y 2019, esta se incrementó en 6.9% en siete municipios de Baja Verapaz y Chiquimula, departamentos que conforman el Corredor Seco y cuya tendencia se puede estar repitiendo en el resto de esa zona. Esta noticia coincide con un análisis del Instituto Nacional de Salud Pública de México, que revela que la Estrategia Nacional para la Reducción de la Desnutrición Crónica, implementada por el actual gobierno, tiene serias deficiencias de formulación e implementación.
El futuro de los niños de Guatemala está en juego. La desnutrición frena el normal desarrollo cognitivo y físico de los niños, lo cual tendrá consecuencias para el resto de sus vidas. No solo estarán propensos a enfermedades y baja calidad de vida, sino también en tener menos oportunidades de desarrollo de competencias educativas, por lo que también menos posibilidades de acceder a oportunidades laborales y mejora de vida.
La población azotada por la desnutrición crónica está condenada a tener bajo rendimiento educativo, escaso desarrollo en deportes de alto rendimiento y poca competitividad a nivel productivo, entre otras consecuencias graves, pero la sociedad se resiste a afrontarlo.
Si nos extraña el bajo desempeño estudiantil en Lenguaje y Matemáticas, o si nos extraña cuando la deserción escolar alcance un 42%, o si nos sorprende que los últimos años se registre un aumento de casos de mortalidad materno-infantil, es porque —como sociedad— no les hemos puesto importancia a los problemas fundamentales que lastran a nuestras comunidades. Y por eso es que tampoco debe sorprendernos que nuestros atletas exitosos representen casos excepcionales o por qué son muy pocos aún nuestros científicos, empresarios, artistas o intelectuales de talla mundial.
Urge unir esfuerzos multisectoriales y visiones diversas para repensar la estrategia de combate de la desnutrición crónica, sobre todo cuando sabemos que Guatemala no es el país más pobre de Latinoamérica. No es suficiente pensar que se trate de un problema que se ilustre con familias pobres sufriendo hambre y sin tener recursos para comprar comida. Quizá debamos empezar en la actitud de aquellos ciudadanos que lo consideran ajeno, distante, lejano.
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