¿Una generación perdida? Por: Mario A. García Lara
Desde 2020 hasta hoy se ha desatado una lluvia de shocks externos que afectan el desempeño económico de Guatemala: la pandemia de Covid-19, estrangulamientos en las cadenas de suministros, el impacto de la guerra en Ucrania, la débil recuperación del empleo, las enormes presiones inflacionarias, el encarecimiento del crédito y la desaceleración del crecimiento económico configuran un escenario preocupante. Encima de todo eso, nuestro país (y toda Latinoamérica) está enfrentando también una crisis silenciosa en materia de educación, que afectará el futuro de las nuevas generaciones, según advirtió hace algunas semanas la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) al presentar su análisis sobre el “apagón educativo” en la Región.
En efecto, la prolongada interrupción de las clases presenciales que se produjo a raíz de la pandemia puede estar dejando secuelas irreparables en la educación de los niños y adolescentes del país. El daño causado por la inasistencia a clases afectará negativamente las capacidades intelectuales y laborales de nuestros niños. Después de más de dos años de clases virtuales (cuya efectividad fue muy baja por las limitaciones en conectividad, equipamiento y habilidades digitales), las clases presenciales al cien por ciento no se reanudarán en Guatemala sino hasta mediados de febrero de 2023. Los más afectados han sido los niños y jóvenes de menores recursos económicos cuya única opción es la educación pública.
Lo peor es que ya antes de la pandemia Guatemala presentaba altos déficits educativos: una tasa de analfabetismo secularmente más elevada que las de los países vecinos, altísimas tasas de deserción estudiantil (especialmente en secundaria), o pobres niveles de desempeño en matemática (especialmente en primaria), todos ellos síntomas de un deficiente sistema educativo que inexorablemente decayó más a partir de la pandemia. Y -similar al caso de la infraestructura pública que comentamos la semana pasada- el presupuesto estatal destinado a educación parece un barril sin fondo en el que el incremento del gasto se destina casi exclusivamente a pagar salarios sin que, a cambio, se produzca una mejora en la calidad educativa.
Para minimizar los daños del “apagón educativo” y empezar a revertir los precarios indicadores del país en ese rubro, es esencial emprender una transformación del sistema educativo que implique una mayor inversión en escuelas, un rediseño de los mecanismos de aprendizaje, un enfoque hacia la promoción de las competencias, mejores sistemas para formar, calificar y promover docentes, y una apuesta decidida por la transformación digital de la educación. Todo ello sin descuidar la coordinación de las políticas de educación con las de nutrición, salud, empleo y previsión social. Si no se profundizan esas acciones, las consecuencias del “apagón educativo” podrían significar la pérdida intelectual y productiva de toda una generación de niños y jóvenes guatemaltecos.
https://elperiodico.com.gt/opiniones/opinion/2022/12/12/una-generacion-p...
Añadir nuevo comentario